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Paz que crece en la montaña

Por: Laura Cano

Han pasado seis años desde la firma del Acuerdo de Paz que dio fin a la actividad de las Farc-Ep como guerrilla. En aquel entonces, para reintegrar a los firmantes a la sociedad civil, se crearon, entre otros programas, 26 Zonas Veredales de Transición y Normalización (ZVTN), que seis meses después se convertirían en 24 Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR). El ETCR de Llano Grande es uno de estos espacios. Persiste en las montañas de Dabeiba, Antioquia, entre promesas de vivienda, aires de resistencia y esfuerzos de trabajo.

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El ETCR ocupa aproximadamente 10 hectáreas y desde 2020 pertenece al Estado, que lo compró para garantizar vivienda a los firmantes.
Foto: Carmen Carolina Garnica

A una hora de Dabeiba, y tras un camino con tortuosos tramos de carretera destapada y derrumbes en épocas de lluvia, se llega a la vereda Llano Grande y más adelante, bajando una pendiente, a uno de los cuatro ETCR de Antioquia, el centro poblado Llano Grande Chimiadó. Este terreno descansa oculto entre la niebla sobre una montaña del Cañón de Chimiadó, donde alguna vez operó el Quinto Frente de las FARC.

El poblado tiene el funcionamiento de un pueblo pequeño. Cuenta con una misión médica (en desuso), guardería, cancha, salón comunal, tiendas, hostal, hotel, y un espacio pensado para restaurante y panadería. Sobre la montaña, entre el bosque que rodea al ETCR y la zona residencial, se puede leer “ZVTN ‘Jacobo Arango’ La esperanza y el amor por la Paz, nacen del legado de Manuel Farc-EP”, recordando uno de los nombres que ha tenido el lugar y a dos prominentes líderes de la guerrilla, el comandante del Quinto Frente, Jacobo Arango, y el fundador de las FARC, Manuel Marulanda. Ambos personajes figuran junto a otro de los fundadores, Efraín Guzmán, en el único monumento del espacio, llamado Monumento a la Resistencia, ubicado al lado de los mástiles dispuestos para ondear las banderas en las visitas que lo ameriten.

Entre el barro y la hierba se erigen, además de los establecimientos mencionados, 17 bloques habitacionales divididos en cuartos cuyo número varía según el tamaño del módulo. Algunas viviendas constituyen una sola habitación con cocina y baño, y otras, más amplias y cómodas, llegan a tener más espacios, como sala y otras habitaciones. Muchas permanecen con el blanco original, ya deteriorado por los años, y otras han sido remodeladas con refuerzos de material, capas de pintura y coloridos jardines. Dando una vuelta por el lugar, se pueden ver en las paredes varios murales políticos, un Ché algo desprolijo, dibujos de niños y hasta un escudo del Nacional.

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Jardines, huertas, bosques y animales llenan de vida el ETCR. Los perros y gatos son dóciles y recorren libremente el espacio, pues todos los habitantes los conocen. Foto: Carmen Carolina Garnica

Caminos de reincorporación


De los casi 400 firmantes que llegaron en 2016 a Llano Grande, hoy quedan unos 109 según la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN). La forma de nombrarlos es muy importante, pues el ser llamados firmantes de paz o reincorporados recuerda a la sociedad que su presencia en la vida civil es fruto de los acuerdos, mientras que si se los llamara reinsertados se cambiaría por completo su historia por la forma en que entienden esta palabra. La ONU habla de la reinserción como el paso intermedio entre la desmovilización, es decir, el desarme, y la reincorporación, o sea la integración en la sociedad civil. Según Fancy María Orrego, conocida en el ETCR como Érika por su nombre en la guerrilla: 
—El reinsertado es alguien que estuvo en el alzamiento armado, independiente del grupo al que perteneció y que decidió dejar el fusil y comparecer ante la justicia transicional. Con nosotros es otra la situación, porque si hubiésemos tomado esa opción no hubiésemos quemado cuatro años de negociaciones en la Habana con una agenda bien amplia y bien discutida, traumas, recesos y suspensiones.[(…] El reinsertado no asume posición ni responsabilidad política.
Al avanzar el proceso de las ZVTN y el ETCR, muchos firmantes, que provenían de otras zonas, decidieron abandonar el espacio y regresar a sus lugares de origen para estar con sus familias, buscar oportunidades laborales o incluso regresar a las armas, como fue el caso de tres miembros del espacio de Llano Grande. Entre los que permanecen y sus familiares suman unas 200 personas, aunque el número fluctúa constantemente. La mayoría tienen su vida entera allá, pero otros solo visitan el ETCR periódicamente, porque sus trabajos y proyectos productivos están en otros lugares. Todos se conocen entre sí y procuran mantener un ambiente de cooperación. Los firmantes hablan constantemente del valor de la unidad, no solo por el bienestar del centro poblado sino por la seguridad de los reincorporados, que corren un mayor riesgo de ser asesinados cuando se alejan del espacio (de hecho, muchos de los firmantes desarrollan labores de escolta para proteger a mandos reincorporados de la zona o que pasan por el espacio). En 2018, dos firmantes, miembros del ETCR, fueron asesinados en el municipio de Peque.
Desde su llegada, los reincorporados fueron convocando a sus familiares, especialmente a sus hijos, para volver a convivir y formar un hogar. Al estar en la guerrilla, muchos combatientes se vieron obligados a entregar sus hijos a familiares y se perdieron todo su proceso de crianza. Ahora, no solo han podido volver a encontrarse e intentar remediar todos esos años de distancia, sino que han tenido más hijos y han formado o consolidado sus familias gracias a su estadía en el ETCR. 
—Muchos compañeros han logrado recoger sus hijos. Se han dado casos dolorosos. Recién llegadas, a varias compañeras que mandaron a buscar a sus hijos les decían: “Ah, bueno, yo quería saber quién era mi mamá, pero hasta aquí. Usted no me crio. Chao”. Otros llegaron y dijeron: “Los reconozco, ustedes son mis padres, bienvenidos. Aquí estoy.” — Cuenta el presidente del ETCR, Luis Arturo Garcés, más conocido en el lugar como Harrison.

 

Casas de papel


Cuando los firmantes llegaron a lo que primero fue la Zona Veredal, se asentaron en 17 módulos de vivienda fabricados en superboard y perfiles de metal, lo que ellos llaman ‘casas de papel’, pensados como un recurso temporal. Hoy, seis años después, quienes habitan el lugar siguen viviendo en estos mismos espacios, deteriorados por la humedad y agrietados por la fragilidad del material. 
En 2021, el gobierno de Iván Duque inició un proyecto para entregar 109 viviendas de ochenta metros cuadrados a los reincorporados. Harrison cuenta que estaban indignados porque el material propuesto por la constructora y el gobierno era Steel framing y fibrocemento, es decir, láminas de acero y superboard; así que exigieron realizarlas de 53 metros cuadrados pero con estructura, adobe y cemento, a lo que finalmente la empresa respondió que no era posible y el proyecto abandonó el ETCR. Según un comunicado emitido en septiembre de 2021 por el presidente de la ARN, Andrés Stapper, quien defiende la técnica del Steel framing, la solicitud de mampostería para la construcción de viviendas aplazaría de 24 a 36 meses la ejecución del proyecto, pero el compromiso con la vivienda de los firmantes sigue en pie. 
A los habitantes se les había pedido desmontar uno de los proyectos productivos más fuertes que tenían en el ETCR, un galpón con más de 1.500 gallinas ponedoras.  
—Cuando llegó Duque con su cuento de que nos iba a construir las casas, nos hicieron desbaratar el proyecto y nos quedamos sin los huevos, sin las gallinas y sin las casas —comenta Harrison, quien habla del programa de vivienda en pasado y nunca menciona nuevos avances del mismo en el lugar.

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Después de seis años la mayoría de las casas están deterioradas. El óxido, la humedad y las grietas ponen en riesgo la vivienda digna de los firmantes y sus familias. Foto: Carmen Carolina Garnica

¿Proyectos productivos?


Después de la puesta en marcha del ETCR, la comunidad decidió conformar una junta directiva de siete personas que se encarga de manejar los asuntos de salud, educación, administración, convivencia, emprendimiento y género en el espacio. Con el nacimiento de este órgano directivo, surgió la Cooperativa Agroprogreso, presidida también por Harrison, que busca impulsar los proyectos productivos de los firmantes. 
Aunque los firmantes reciben una renta básica, el objetivo a largo plazo es que sean autónomos y puedan vivir de sus proyectos productivos. 
—Nosotros dijimos “queremos hacer algo”, entonces comenzamos a trabajar por ahí alrededor. Yo tuve un proyecto de producción de lulo, otros compañeros se metieron en producción de fríjol, otros en maíz. Pero nos dimos cuenta que los arriendos de la tierra aquí son muy altos, así que no nos funcionaba. Nos trazamos un plan en la junta directiva para buscar tierra y comenzamos a tocar puerta por todos lados —comenta Harrison y procede a hablar de uno de los apoyos más grandes que han recibido (y el que más lo enorgullece). 
Se dio en 2019 a cargo de Proantioquia, que le entregó al gobierno un predio de 270 hectáreas (de las cuales 100 son de protección de bosque) en la vereda Taparales, a 20 minutos de Mutatá, para el desarrollo de proyectos agrícolas. Allí, firmantes y algunos miembros de la comunidad de Llano Grande han ido desarrollando diferentes líneas productivas que paulatinamente van introduciendo en el comercio local, todo con el direccionamiento de la fundación de desarrollo rural Salvaterra En el terreno se llevan a cabo actividades de ecoturismo, piscicultura, apicultura, siembra de cacao, limón tahití, café, plátano y cosechas de autoabastecimiento, muchas aún en etapas iniciales.
El apoyo de organizaciones como la ONU y la reunión del capital semilla, es decir, de los ocho millones de pesos estipulados en el Acuerdo de Paz para que cada firmante pueda emprender proyectos productivos, han permitido a algunos de los reincorporados conformar otros proyectos. Entre estas iniciativas están el taller de confección Hilos de Paz, la experiencia de ecoturismo llamada Travesías por la paz y la adquisición de otro predio de 116 hectáreas para ganadería. Harrison habla de todos estos emprendimientos con optimismo, pero Luz Mary Cartagena, la vicepresidenta del espacio, los ve con pesimismo y considera que aún falta mucho para que la comunidad tenga proyectos productivos fuertes, y que por ahora no son más que iniciativas de producción.

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En una de las paredes externas del salón comunal hay un mural que recuerda, no solo la integración como comunidad, sino también con los habitantes de la vereda. Foto: Laura Manuela Cano

Familia Llano grande

 

Aunque por la zona de operación del Quinto Frente muchos de los reincorporados ya tenían familiaridad con la vereda y hasta conocían a algunos de sus habitantes, la actividad de las Farc estaba lejos de ser amable con el lugar. Durante años, su presencia, sumada a la del ejército y los paramilitares, mantuvo a la población aledaña y al municipio entero de Dabeiba sumidos entre el temor y la incertidumbre que dejaban a su paso los horrores del conflicto. Ahora, según las directivas del ETCR y el presidente de la Junta de Acción Comunal de la vereda, Luis Gonzalo David, tanto firmantes como habitantes originarios de la vereda, policías y militares trabajan conjuntamente desde la llegada de los exguerrilleros para garantizar la paz y las buenas relaciones en la zona. Esto se refleja, por ejemplo, al ver cómo reincorporados y miembros de la comunidad tienen iniciativas productivas conjuntas y que, en la vereda, hijos de firmantes estudian con el resto de niños de Llano Grande en el Centro Educativo Rural Madre Laura, sin discriminaciones ni miramientos.
—Aquí hemos convivido en armonía con fuerza pública, con entidades, con todo. Hemos sabido llevárnosla a lo bien. Las cosas que hay que decir, si hay un impasse, un error, lo decimos de frente, y vamos pa’ lante —dice el secretario de la junta directiva del ETCR, Luis Carlos Moreno —. Llano Grande no figuraba, ahora figura por este proceso, y gracias a eso el lugar se ha hecho más grande. Cuando nosotros llegamos, eran cuatro o cinco casitas. Ya la gente ha ido retornando. 
Según la fundación Kreanta, que ha adelantado en asociación con Proantioquia procesos de reincorporación social y económica en el ETCR, tras la firma de los Acuerdos de Paz cerca de 5.000 personas regresaron a Llano Grande y las seis veredas aledañas .

 

Aires de lucha


En el ETCR se respira una mezcla de paz, memoria y combate. Los firmantes abrazan el acuerdo y se esfuerzan por mantener la armonía que les ha traído el lugar, pero no borran las huellas de su paso por las FARC porque muchos vivieron en aquella organización gran parte de su vida. De hecho, en el proyecto turístico del espacio está incluido un tour de memoria histórica que recorre la zona boscosa al lado del ETCR que antes ocupaba el Quinto Frente, mostrando los lugares donde cocinaban, dormían, estudiaban y combatían. No obstante, y aunque reconocen el papel de las FARC en el conflicto y el daño que causó en el tejido social colombiano, es común que entre los firmantes no reconozcan algunos hechos, como la violencia sexual en las filas y el reclutamiento de menores, o elijan no tocar otros, como el narcotráfico.
Por costumbre, más que por simbolismo, aún se llaman por sus alias de los tiempos de la guerrilla, usan ropa con camuflado, tienen un par de botas listas afuera de su casa para ir a todo lugar y conservan en su lenguaje hábitos propios de su experiencia, como llamar a sus parejas compañera o compañero, y a los amigos ‘camaradas’. Pero por amor a la lucha que nunca han dejado de defender, a lo largo de todo el ETCR se pueden ver murales farianos y socialistas, prendas con rostros de figuras de izquierda como Hugo Chávez y el Che Guevara, imágenes alusivas al partido Comunes y discusiones teñidas de marxismo. Muchos, como Érika, no tienen problemas con la palabra excombatiente, aunque preferirían solo ser conocidos por su nombre y no cargar ese prefijo a todos lados. A otros, como Liliana Orozco, habitante esporádica del ETCR y militante política, y Héctor Piedrahíta, integrante de Travesías por la Paz más conocido como Jacobo, sí les molesta. Aunque dejaron las armas, consideran que siguen luchando desde la política y la palabra, y mantenerse revolucionarios es su gran motivación para seguir combatiendo desde la paz. 

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“Mujer de temple y acero, botas que nunca descansan, vas cultivando esperanza, recogerás libertad.” Foto: Laura Manuela Cano

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